Abordaje psicológico del estrés adaptado a ti y a tus circunstancias

Qué es el estrés y cómo se manifiesta

Vivimos rodeados de exigencias, cambios constantes y un ritmo acelerado que muchas veces supera nuestra capacidad real de adaptación. En este contexto, resulta natural que el estrés forme parte del día a día de muchas personas.


Desde una perspectiva psicológica y fisiológica, el estrés es una respuesta natural del organismo ante situaciones que percibimos como desafiantes. La Organización Mundial de la Salud (OMS) lo define como "el conjunto de reacciones fisiológicas que prepara el organismo para la acción". Es, en esencia, un sistema de activación que nos permite hacer frente a determinadas demandas del ambiente. Esta activación puede ser útil de forma puntual, por ejemplo, al afrontar un examen, una entrevista de trabajo o una conversación difícil.


Sin embargo, cuando el nivel de exigencia se mantiene en el tiempo y no se acompaña de oportunidades de descanso y recuperación, el estrés puede convertirse en un factor de riesgo para nuestro bienestar. En ese punto, ya no hablamos de un estrés adaptativo, sino de un estrés crónico, sostenido en el tiempo y perjudicial para la salud.

El impacto del estrés a largo plazo puede observarse en distintos niveles:

La vivencia del estrés es subjetiva y propia de quien lo padece, por lo que su impacto sostenido en el tiempo no se manifiesta igual en todas las personas. Dentro de esa variabilidad, puede presentarse principalmente a través del cuerpo, de cambios emocionales o de alteraciones en la conducta. Reconocer estas señales no siempre es fácil, pero hacerlo a tiempo es clave para prevenir un mayor desgaste y recuperar el equilibrio.

Cuándo buscar apoyo profesional

El estrés forma parte de la vida pero, cuando empieza a afectar de manera persistente al bienestar, la salud o el funcionamiento diario, puede ser momento de pedir ayuda especializada.


Señales que pueden indicar que el estrés ha dejado de ser adaptativo:

  • Dificultades constantes para dormir o descansar.
  • Malestares físicos recurrentes sin causa médica clara.
  • Sensación de tensión permanente o de estar sobrepasado.
  • Dificultad para concentrarse o tomar decisiones.
  • Cambios en el estado de ánimo o pérdida de interés por actividades que antes resultaban satisfactorias.


En muchos casos, el estrés prolongado se asocia con otros cuadros clínicos como:

  • Trastornos de ansiedad.
  • Estados de agotamiento emocional.
  • Disfunciones sexuales vinculadas a la tensión y la preocupación.
  • Síntomas psicosomáticos (dolencias físicas con origen psicológico).


Contar con apoyo profesional puede marcar la diferencia, sobre todo cuando el estrés se vuelve persistente y difícil de manejar por uno mismo. El objetivo de la intervención no es eliminar el estrés por completo, sino ofrecer herramientas útiles para comprenderlo mejor, reducir su impacto y recuperar un mayor equilibrio en el día a día. 

Cómo trabajo el estrés en terapia

Cada persona experimenta el estrés de una forma distinta y por ello el enfoque terapéutico que aplico se adapta siempre a las circunstancias y recursos individuales. Trabajamos juntos para entender qué está provocando el malestar, qué lo mantiene y cómo actuar de manera efectiva para aprender a regular los niveles de estrés.


El tratamiento, enmarcado en la terapia cognitivo-conductual, se basa en técnicas respaldadas por la evidencia científica y puede incluir:

  • Psicoeducación:

    Comprender cómo funciona el estrés, qué lo activa y cómo influye en el cuerpo y la mente, ajustando esta información a la situación concreta de la persona.

  • Reestructuración cognitiva:

    Identificar pensamientos automáticos y creencias rígidas que incrementan el estrés (como la autoexigencia elevada, el perfeccionismo o la necesidad constante de control) y aprender a cuestionarlos y reformularlos de forma más realista y equilibrada.

  • Técnicas de relajación:

    Incorporar herramientas prácticas de relajación que ayuden a reducir la activación fisiológica y facilitar la autorregulación.

  • Regulación emocional:

    Aprender a reconocer y comprender las emociones que surgen ante el estrés (como el miedo, la irritabilidad o la frustración) y gestionarlas de forma que no desborden ni bloqueen. El objetivo no es suprimir lo que se siente, sino desarrollar recursos para responder a las situaciones estresantes con mayor conciencia y equilibrio personal.

  • Técnicas de resolución de problemas:

    Desarrollar habilidades prácticas para enfrentar situaciones exigentes de forma más eficaz y con menor desgaste.

  • Activación conductual:

    Recuperar hábitos, rutinas y actividades gratificantes que favorezcan el equilibrio emocional.

  • Exposición interoceptiva:

    Afrontar gradualmente sensaciones físicas que se tienden a evitar, como la aceleración cardíaca, la sensación de ahogo o la falta de aire, con el fin de reducir su impacto y mejorar la tolerancia a la incomodidad.

Abordar el estrés en terapia no implica cambios rápidos ni soluciones pasajeras. Se trata de un proceso progresivo y centrado en objetivos concretos y realistas, que busca no solo aliviar el malestar presente, sino también generar cambios sostenibles a largo plazo.



 Si sientes que el estrés está empezando a pesar demasiado, dar el paso de pedir ayuda puede marcar el inicio de una mejora real en tu bienestar. Estoy aquí para acompañarte en ese proceso, con un enfoque riguroso, respetuoso y adaptado a ti y a tus circunstancias.